Ponerme a buscar trabajo esta vez me ha dado duro. Veo con
otros ojos las personas que me han acompañado un poco más de un año y me siento
en medio de un montón de sentimientos que no termino de asimilar.
Por un lado están los niños del curso que tengo a cargo. Cada que se acercan a mi siento que
puede acabarse pronto para todos la relación que hemos construido. A veces me
siento a observarlos y veo el cambio que han tenido desde el año pasado, cuando
eran “noveno”, el curso de las niñas insoportables que amargaron mis primeros
días en el colegio. No sé bien cuando gané su respeto y cuando me vieron como líder,
cuando llegamos a ese punto en que los regaños que como docente debía dar desaparecieron,
basta con una mirada o una palabra que sugiera que se ha obrado mal, para que de
inmediato se vea el cambio y la preocupación de su parte.
Algunos de ellos me dicen “mamá profesora”, y por supuesto
que he llegado a verlos como hijos. Podría enumerar las cosas bellas que me han
enseñado y que he visto en ellos, y quizá lloraría si describiera las
situaciones que viven. Ahora mismo solo pienso en los hermanos Retavisca. Son
dos chicos de 14 y 15 años que viven lejos del colegio y deben tomar un
transporte para llegar cada día. De cariño me refiero a los dos como “príncipes”,
porque son educados y caballeros con las niñas, nobles y juciosos (y porque soy
ridícula). En la entrega de boletines del primer periodo la mamá y yo lloramos
al hablar de ellos, porque ambas vemos el esfuerzo que hacen a diario para
sacar las mejores notas, para cumplir con las actividades extra que se les
ponen y para siempre estar mostrando una cara alegre. La mamá entonces me
contaba que el esposo es borracho y trabaja ocasionalmente en construcciones o
en ferreterías, y que ella como empleada del servicio apenas gana el mínimo y
con eso paga servicios y el colegio de los niños. Bueno, casi, porque deben la
pensión de todo el año. Me contaba que varias veces les había propuesto a los
niños inscribirse en un colegio distrital para ahorrar dinero, pero al ver las
notas y la media beca que sacaron el año pasado ella prometió hacer el esfuerzo
para enviarlos a estudiar. Para cumplirlo acordaron que no tomarían onces y
solo irían a estudiar con la plata de los buses.
Cuando ella me contó yo solté las lágrimas. Supongo que no
es el único caso, pero me dolía en el alma saber que no comen nada en el
descanso y tampoco se les ve pidiéndole ni siquiera a sus compañeros. Que en
las fechas especiales en las que hay que aportar dinero son los primeros que
dan aunque en la casa pasen necesidades. Por ejemplo, mañana hay una salida a
Bojacá y la mamá pagó la salida porque dice que se lo merecen de sobra.
Ellos son un caso que admiro y que quiero muchísimo. Son
unos niños ejemplares, que quiero y me gustaría ayudar más. Y así como ellos
hay otros 20 más que me enternecen y me hacen desear tener todo para ayudarlos,
más que por suplir una necesidad, porque sé que podrían hacer mejores cosas si
tuvieran otras oportunidades diferentes a las que con esfuerzo logran tener
acceso ahora.
Si fuera solo por ellos todo sería sencillo, porque el
salario mediocre que me pagan por las muchas horas que trabajo al final no son
tan importantes. Así como los quiero a ellos me siento igualmente frustrada con
las injusticias que han propiciado mis compañeros de trabajo, sobre todo los
que están “al mando”. Mis compañeros dejan de dar una clase por estar viendo un
partido de fútbol, hacen comentarios morbosos de las niñas, mienten y ocultan
cosas, entre otras que ni vale la pena nombrar.
Me parece chistoso que siempre resulte encontrándome como
una víctima en mis trabajos. A lo mejor tengo mala suerte, o tal vez soy
demasiado terca para aceptar las cosas venir como si nada. Entonces paso a ser
una persona “difícil” de llevar, un bicho raro que pelea sola, porque por más
que me queje con las autoridades más altas del colegio, siempre la mayoría son
los que se llevan la palabra. Es casi como estar en una mala película, donde la marginada es
buena, un grupo la jode, a ellos todo les sale bien, a la marginada solo le
quedan lágrimas y una esperanza de la venganza de un Dios o un héroe supremo
que haga justicia. Bueno, ya no lloro,
solo aprieto los dientes de la piedra y sigo haciendo todo como si nada.
Han sido unos meses difíciles, llenos de decepción. Las últimas
semanas ha empeorado todo y siento que si no salgo de allí van a robarme el
alma, o me van a podrir el corazón. Todas las mañanas amanezco deseando no ir,
deseando que ojalá algo pase y todo cambie, pero me levanto porque sé que hay quienes me están esperando,
y que por ellos debo seguir terca ante la situación.
A estas alturas, me siento deshecha. Sé que debo hacer y
estoy buscando cómo hacerlo. Mientras tanto sigo jugando en el papel que me ha
tocado esta vez. Quizá no soy buena protagonista, pero esta vez el staff definitivamente no dio
pa’ más.