martes, 29 de octubre de 2013

Resumen

Desde antes de renunciar sabía que iba a estar en medio de dos sentimientos; de alegría por haber salido al fin de esa corrupción tan ridícula, y de tristeza porque pensaría una y otra vez que había fracasado, que había defraudado a otros y a mí misma. Tal y como normalmente suelo creer cuando las cosas no salen como espero.

Creo que jamás pasé tantos meses triste y agobiada como los que viví desde mayo hasta hace dos semanas. Algunos saben que fue un sueño cuando empecé a trabajar como profesora, luego de tantos descaches en los trabajos que había tenido que realizar. Que me gustaba planear las clases para los niños, cantarles, hacerles juegos y escucharlos. Que si bien no he sido la mejor, creo que fue una gran satisfacción ver que además de entablar buenas relaciones con los chicos estaba aprendiendo de sus situaciones, que me hacía menos indiferente y que cada uno de los prejuicios con los que había llegado se habían ido desbaratando a su lado, mientras ellos aprendían algo de inglés.

Pero desde el acontecimiento aquel con Diego todo se fue dañando, no sólo porque él se había encargado de desvirtuarme delante de los demás, sino porque ya no confiaba en nadie y me sentía indispuesta tratando de mantener una cara  y una calma que no me nacía. Luego vinieron los cuentos con las peladas de undécimo, que se las comían, que eran intocables, que pasan plata; la perseguidora porque hice, porque no; el chismerío, las trabas para todo, la persecución a mis pelaos y a mi hermano. Hasta que por fin desistí.

Nunca dejé de ser extraña para mis compañeros y algunos de los chicos. Quizá yo tampoco me sentí del todo identificada con muchas cosas, porque de hecho me cuesta mucho hacerme parte de un grupo y entablar relaciones fuertes con la gente. Aun así, mis pelaos me acogieron y pasamos buenas y malas cosas juntos, que es finalmente lo que interesa del asunto.

Desde ayer decidí que no iba a llorar ni a culparme más, no sólo porque no vale la pena, sino porque realmente creo que hice lo suficiente para superar las cosas aun cuando las condiciones no eran las propicias. Sé que cometí muchos errores, y que por supuesto llegué al punto del fracaso. Que me hastié de interactuar con la gente porque solo hablaban de los chismes de pasillo, que me cansé de que me acusarán injustamente y de que todo fuera manejado como si fuera una mafia, una muy mediocre. Que peleé hasta más no poder, que lloré y me dañé el corazón. Que todo eso lo hice temiendo no tener un trabajo e intentando mantener a la mayor parte de la gente contenta, aunque fuera infeliz y amargada por ello.

Hoy volví al colegio para llevar unas notas y unos materiales que tenía. Los chicos me abrazaban, me decían cuanta falta les hacía. Algunos de primaria intentaron encerrarme en los salones pidiendo a gritos que no me fuera y les diera clase de inglés. No lloré porque me lo prometí, aunque se me desgarraba por dentro el corazón. En medio de todo sé que algo hice bien, y que esta no va ser la última vez que enfrente todo esto, pero que de esta primera hay que sacar todo lo que pueda y continuar con la cabeza en alto, con los pies puestos, con los ojos bien abiertos.Seguir tal y como lo he hecho siempre tras cada caída; intentar hacer lo mejor la próxima vez y no rendirme. No llorar más.


jueves, 24 de octubre de 2013

Tesoros

Siempre me ha gustado pensar que las personas se puede conservar, que pase lo que pase van a seguir ahí, como el montoncito de cartas que guardé por años en una caja debajo de la cama; como el primer diente que se le cayó a Dito, como las fotos, como los libros, como todo eso que uno colecciona porque tiene un valor especial o lo tuvo en algún momento.

No me gusta creer que todo se acaba, que la gente pasa por la vida de uno y sigue sin más. Siempre me he imaginado que hay un libro de los recuerdos en la cabeza al que puedo acudir una que otra vez y reabrirlo en esos eventos que fueron lindos, que me emocionaron, que me hicieron temblar, llorar, reír. También esos en los que vi que hacer feliz a alguien más me llenaba, que ver sonreír, agradecer y escuchar cosas lindas del otro era una manera de hacerme sentir bien.

A menudo, cuando conozco personas o lugares nuevos, intento guardar con mis ojos miopes lo que hay a mi alrededor lo más fiel que se pueda. Luego hago una especie de revisión o introspección de lo que voy sintiendo, de lo que estoy escuchando y lo que digo, con el fin de que el recuerdo permanezca ya no como una foto, sino como una especie de vídeo en mi cabeza.

Aunque pocas veces lo hago, me agrada traer de vuelta esas cosas bonitas que han pasado y tratar de reencontrar los sentimientos que entonces me embargaban. Es lindo poder recordar las cosas buenas que han pasado, poder volver atrás sin rencores, sin dolor. Poder encontrar que todos fallamos alguna vez, que nos hicimos daño, que pasamos por la vida de alguien “sin más”, que dejamos cosas tristes pero que junto a estas, las bonitas pueden perdurar hasta donde la memoria deje, hasta donde las sensaciones alcancen.

Juego entonces a eso, a creer que es una clase de tesoro privado que solo me pertenece a mí. Que todas esas emociones que tuve cuando vi a alguien por primera vez, cuando visité un nuevo lugar, cuando agarré la mano de otra persona, cuando escuché y dije cuánto quería; cuando lloré de alegría, cuando abracé y me abrazaron con fuerza; cuando reíamos hasta más no poder, cuando se esperaba y se llenaba de ansiedad porque llegaría pronto el día de volverse a ver. Cuando una y otra vez se dijo que “todo iba a estar mejor” que “todo saldría bien,” aunque se supiera que no siempre pasaba como quería.


Ya no tengo caja de cartas debajo de la cama porque hace meses me deshice de ella, más que por despechada o como un arrebato, lo hice porque sentía que era mucho más privado y preciado guardar  las cosas en mi cabeza. Las que no perduran ahí no han valido la pena, las que no puedo encontrar, tal vez nunca pasaron.

sábado, 12 de octubre de 2013

Comedias

Hoy leía  la historia de los hijos de Martina y Benjamín. Sin lugar a duda la historia de amor de los dos personajes está llena de clichés con los que seguramente cualquier pareja se puede identificar. A veces me creo Martina, a veces Benjamín, y me desespera. Siento que la historia me hace encontrarme, perderme, encontrar a otros, perderlos. Una mamera.

Sin embargo, me causó mucha curiosidad la historia de la hija. Describen por encima lo que pasó por la cabeza de Martina al darse cuenta que sería la mamá que nunca quiso ser, y peor aun, que intentaría huir de ello. Seguramente me vi reflejada porque siempre quiero huir de todo, y sin lugar a duda ser mamá sería una de las cosas que me haría salir corriendo.

Durante 23 años pensé que tener hijos sería una carga imposible de llevar para mi egoísmo y desorden. Renegaba y me burlaba del sueño de ser madre y todas esas cosas que hace uno cuando es joven. Así fue hasta enero de este año, cuando de la nada enfermé del útero y tuve que ir al hospital. Pasé horas enteras esperando en una sala a que me atendieran, viendo salir y llegar a muchas mujeres de mi edad, mayores y menores que cargaban con sus bebés que iban a parir pronto o que sencillamente tenían los mismos síntomas que yo y resultaban embarazadas.

Ese día no me podía poner de pie. Caminaba agachada y me dolía el vientre profundamente. Las mujeres que se sentaban a mi lado me decían que estaba embarazada y que eso siempre es una bendición. Que nada es más lindo que tener hijos, que la familia se asusta pero que luego todo está bien. En ese momento estaba sola porque no dejaban entrar a mi mamá que me acompañaba. Veía la imagen de ella y de mi papá junto con la cara del ex novio -que por esos días habíamos discutido- y me puse a llorar. Lo veía a él y a Doña Teresa recibiendo la noticia, sabiendo que en medio de todo esa sería una tranquilidad, que ella me cuidaría y que de cierta manera le daría una motivación para vivir y para intentar arreglar lo que nunca se pudo. Pero, cuando eso venía a mi cabeza lo veía de nuevo y sabía que eso no era lo que yo quería, así que lo llamé y le conté entre lágrimas lo que me pasaba,  mientras esperaba los resultados de las pruebas hechas horas antes.

Un rato después de llamar al ex y a mi mamá a decirles que podía ser un embarazo, el doctor me entrego los resultados: que no era un embarazo, que el útero se había inflamado porque estaba llena de quistes y que eso podría ocurrirme una y otra vez sin razón alguna. Que debía ir al especialista a que me los trataran y a que me hicieran pruebas de fertilidad porque tal vez nunca podría tener hijos. Apenas supe eso lo volví a llamar y le dije que estaba enferma, que ahora el lío no era estar embarazada si no nunca llegar a estarlo, y que tal vez un día si iba a querer, y que no había nada peor que decirme que "no podía hacer" algo, que ese tipo de cosas deberían ser mi decisión. El ex se río y dijo que todo iba a salir bien, que no llorara, pero también lloró.

Hace poco me enteré que me curé de los quistes, que ya no tengo nada. La prueba de fertilidad nunca me la quise hacer, me dio pereza saber si sí o si no. ¿Para qué? De cualquier forma sigo pensando que estoy mejor creyendo que tengo el poder de decidir, que sé que no quiero ahora y que así están las cosas en orden. Que al igual que Martina yo no podría dedicarme a cuidar de alguien más haciendo lo que me gusta, que le tengo miedo a todo, pero a lo que más le temo es no lograr lo que me he propuesto. 

Me da pesar al leer a Martina, creo que en medio de la rabia que me da leerla está bien escrito el papel de niña consentida que no puede con las cosas, que no sabe librarlas, que parece fuerte, pero que al final resulta desfigurada al darse cuenta que nunca logró cumplir sus sueños. 

En fin. Ojalá logre acabar pronto el libro.