lunes, 22 de abril de 2019

Lidiar

Ya no aprendí a lidiarme, tal vez me tengo un poco más de paciencia, pero hasta de mi misma me canso. 

La primera vez que sentí que estaba cansada de mi tenía como 14 años. Estaba en noveno y mientras a todas les salían tetas a mi me brotaba una especie de rosácea en los brazos. Mis amigas se asustaban de ese color rojizo y a veces me decían que me echara base o polvos para que se notara menos y no espantara a los manes. Ellos pues, ni me miraban. Mi mamá me llevó a varios dermatólogos casi que en contra de su voluntad porque creía que era algo que me venía por la edad.  Después de muchos exámenes y cremas costosas, los doctores decidieron darme la esperanza de la menarquia "apenas menstrúe le va a quitar".  Nunca se quitó y yo me resigné a tener los brazos manchados para siempre.

Al tiempo en que decidí vivir con la esperanza de que pronto se me quitaría la rosácea empecé a escribir un diario. Este diario era curioso porque era un cuaderno en el que le escribía a Dios las cosas que sentía y que quería. Supongo que la idea me vino porque mi familia empezó a frecuentar la iglesia cristiana y yo, de alguna manera, sentía que debía escribir cosas a algo. Digamos que como el blog, pero en papel y a diosito. Tampoco pude lidiarme haciéndolo. Creé otra esperanza en la que las cosas serían ideales, pero no duró ni un año para que muchos problemas avanzaran y empezara a tachar las cosas que escribía como si viviera dentro de una película gringa adolescente: entre lágrimas y canciones tristes.

El año pasado, como 15 años después, le dije a mi psicólogo que no podía llevar un diario como él esperaba que lo hiciera. Por más que deseaba hacerlo me parecía imposible tener esas conversaciones conmigo (o con diosito) porque no le veía sentido a organizar hechos y a releerlos, además porque pocas veces iba a volver sobre ellos, o tal vez nunca. Hicimos varios trabajos juntos hasta que un día preguntó cómo me sentía haciendo o dejando de hacer x cosa. Le respondí, pero él quería que yo generara cambios sobre "eso" que siempre he hecho mal. Discutí un rato sobre la razón por la cuál debía ser una persona ideal, sobre por qué debía imaginarme un comportamiento ejemplar, con una mente sana, con un corazón perfecto, si en realidad no era ninguna de esas cosas y, aunque había hecho cambios desde unos años atrás, era un reto que no iba a asumir porque era mentirme a mi misma. Supongo que peleamos, y que no le dije. 

Últimamente me siento cansada de mi. Empiezo a tener unas arrugas en los ojos, cicatrices en la piel que ya no se hacen pequeñas, el pelo se cae cada día y se me resecan las manos hasta despellejarse. Todo sin motivo aparente. Todo se pasa al rato. Me cansa levantarme en las mañanas para seguir esperando, para escribir y tachar, para asumir e ignorar, para hablar y callar más. Todo me cansa, hasta revisar y escribir este diario.