lunes, 17 de abril de 2017

Las malditas risas

Hace unas noches estuve con amigas hablando del bullying que alguna vez me tocó en el colegio, claro, porque estoy viendo 13 reasons why y porque de alguna manera se relaciona con las opiniones y reacciones que ha generado la ola de noticias de feminicidios recientes. Mezcla de cosas.

Cuando estaba en noveno tenía un grupo de chicos que me odiaban. Nunca supe realmente cuál era el motivo, pero con el tiempo uno sabe que no tuvo que existir algo particular más allá de coger a alguien y montársela por x o y aspecto físico o por lo lento/inteligente/sapo que pudiera ser. Los chicos eran tres: Andrés, Costeño y Oscar. Los tres me abucheaban cada vez que podían, me pusieron varios apodos horribles y me gritaban cosas cuando estábamos en educación física. En algún momento de sus insultos pasaron a meterme chicles en la maleta, o simplemente dejármelos en el puesto para que una y otra vez tratara de sacar de mi jardinera los pegotes que encontraba para que mi mamá no se diera cuenta. Así fue varias veces, hasta que un día pegaron tantos chicles que los cuadernos quedaron realmente asquerosos y entré en ira, una rabia incontrolable que me llevó a gritar y a patear pupitres y cosas para que dejaran de meterse conmigo y vieran que yo podía defenderme sola. Se rieron bastante de mi reacción, pero desde ese día los ataques habían cesado.

Un tiempo después de ese episodio, recuerdo que en una clase de educación física tuve que ir al depósito a sacar unos balones. Dos de los personajes entraron y me arrinconaron contra la pared, sin decirme nada, ni groserías ni nada. Uno de ellos empezó a frotarse contra mi cuerpo, mientras el otro miraba y estaba pendiente de mi reacción y de que alguien no viniera. Se frotó mientras yo lo veía y cuando vio que ya lloraba pudieron irse tranquilos. Pude haberme defendido, pero eso es algo que pensé después, después de llorar y quedarme callada por la vergüenza, en medio de todo pensaba que era una "reacción normal" para la puteada y gritos que les había dado aquel día de los chicles en la maleta.

Ellos se graduaron, tendrán una vida con gente normal, estarán casados, con hijos, reirán y tal vez ni se acordarán, no sé, no sería raro en todo caso, la vida sigue después como si nada y así fue para todos.

*

Desde que me hice profesora, hace ya unos 6 años, he procurado hablar tanto con los chicos como las chicas sobre el respeto y el cuidado que debe tenerse con uno mismo y con los demás. Así, de cierta manera siento que se pudo haber evitado tal episodio en mi vida que me llevaba a desesperaciones y tristezas, ganas de morirme, odio por mi apariencia y odio por ellos; y que tal vez mis intervenciones y charlas tontas podrían llegar a evitar que le sucediera a alguna niña o niño que conozca.

Uno de los episodios que más me genera ira fue hace 5 años, cuando tuve un grave enfrentamiento frente a las directivas del colegio donde trabajaba y frente a unos papás porque uno de sus hijos, "Periquito", en medio de la clase que estaba dando se había sacado unos pelos del culo y se los había puesto en el cuaderno a una de sus compañeras. Lo peor fue, que no contento con el asco y la hijueputada que había hecho, le metió las manos por debajo de la niña diciéndole que tenía buen culo a pesar de usar cucos de corazoncitos. Estábamos hablando de un niño de 15 años y de una niña de 11. En mi cólera sé que lo que le dije a Periquito no fue lo más ortodoxo o diplomático, pero mi ira estalló aun peor cuando la reacción de la niña fue "es mi culpa, porque el me dijo que se iba a sacar los pelos del culo y le aposté a que no".

Después de eso vino la reunión con la mamá, quién obviamente me trató mal porque su hijo era un niño muy bien educado, respetuoso y bueno (sic) el cuál yo había juzgado mal por "un chisme" de una niña que lo acosaba. Tuve que lidiar con esa estúpida conversación y además pelear contra los otros profesores que se reían del evento como si fuera de lo más normal hacerlo, y contra un rector que buscaba minimizar el hecho.

A pesar de todo esto seguí trabajando allí por un par de años, intentando de alguna manera involucrarme en esas vidas para evitar cosas similares. A veces, cuando me canso de ser docente, de ver y no poder actuar recuerdo todo esto mezclado y entonces trato de acercarme a aquellos posibles escenarios y prevenirlos, de hablar con las niñas para que no encuentren vergüenza ni pánico al enfrentar situaciones en que alguien puede abusar, amenazar o amedrentarlas. Trato, pero sin lugar a duda estas historias tan de colegio pasan una y otra vez y aun muchos se ríen cuando las cuento.