jueves, 21 de diciembre de 2017

Sangrar

Estaba Tomás hablando con mi mamá de sus fantasías, como suele hacerlo cuando ella le pregunta cómo es su vida en la casa. Nunca había llamado mi atención, porque tiene una voz chillona y normalmente trae a sus relatos monstruos y brujas que los acosan en las noches y algunos disparates propios de los niños de su edad.

Tomás estaba contándole cómo su abuela se había peleado con una bruja, mientras yo me sentaba a tomar mi café de la mañana. Mi mamá le decía que él no podía ver las brujas, porque no existen. El niño se reía y decía que sí, que estaban en el patio de su casa, que le había hecho daño a la abuela y luego a él. Mi mamá con risa le preguntaba que cómo eran, que cómo hablaban, que qué idioma hablaban… Pero entonces, Tomás le dijo:

– La bruja que estaba ahí era de mentiras pero real, porque mi abuela decía que la escuchaba, pero que nadie podía verla porque las brujas son como los espíritus de las personas que se han portado mal.

Lo escuchaba atentamente, más por curiosidad de saber hasta dónde iba a llevar la mentira, cuando de repente dijo:

–Y mi abuelita sabe que hay muchas personas que se portan mal. Entonces la bruja se me acercó y me cortó el pelo y ¡empezó a salir sangre!!

Mi mamá no podía de la risa con tal historia. Le dijo a Tomás que a nadie le sangraba el pelo, pero el niño insistía. Finalmente, el niño se aburrió de la risa de mi mamá y se fue a jugar con los demás niños.

Me quedé pensando en lo que sangra. Recordé las muchas veces que de niña me quejaba de dolores inexistentes. Que me dolía la uña, que me dolía la media, que me dolía la marquilla de la camisa, que me dolía dormir… Para ese entonces, a mi mamá también le daba risa pensar en esas cosas que decía.

A mí también me ha sangrado el pelo, pensé. Me ha sangrado en otros dedos. Me ha sangrado de la cabeza cuando desesperadamente quise quitarme un recuerdo, me ha sangrado a chorros cuando con tristeza lo he amarrado para dar la espalda, cuando lo he dejado suelto para que no se vean las orejas que también me sangran. Me han sangrado hasta los pelos de los brazos, cuando he tenido que alejarme de un abrazo, cuando he tenido que encontrarme sola. Me han sangrado las pestañas de restregarme los ojos, de apretar los párpados lo más que pueda para no dejar ir las lágrimas tras un sentimiento. Me han sangrado los pelos de la nariz, las cejas, el pubis, las piernas. Me ha sangrado todo.

Pensé entonces que a lo mejor Tomás sí tiene razón y sí hay un espíritu que hace sangrar. En todo caso no sería una bruja, ni lo haría porque nos portamos mal. Se sangra cuando se vive, cuando se rompe. Hay unos que nos rompemos con facilidad.



martes, 19 de diciembre de 2017

Sobre las fotos.

Cuando escribía para la revista aquella, acompañábamos las entradas con alguna imagen que "capturaba" al lector y lo hacía interesarse en los relatos que publicaba. Recuerdo que la primera vez me la asignó alguien más y fue muy inspirador ver mi texto corregido junto con aquella imagen, que daba otro sentido a lo que había escrito, lo ponía en otro contexto y me gustaba. 

Desde entonces pude ver que la mayoría de textos que se publican en internet y revistas están plagados de alguna imagen o vídeo, que de alguna manera funciona para el lector, porque a mi me encantan. Pero, las fotos, después de todo, entorpecen los escritos. Suele pasarme que entre más diseñada y editada esté la imagen, más adolescente considero el escrito y de una sé que viene acompañado de poses y de algunas groserías porque a la gente le gusta leerlas. Si, por otro lado, veo imágenes viejas, entonces entro con cautela a leer y a ver el pie de foto a ver de qué se trata. A veces no tienen nada que ver, pero no me resulta molesto. Pero cuando es un vídeo (creo que ya no soporto vídeos muy largos y los adelanto lo más que puedo a ver de qué puedo perderme)normalmente suele ser alguna canción, concierto o entrevista. Las entrevistas pueden acompañar bien, los demás suelen ser unos adornos que les queda bonito.

Miraba desde hace unos días las fotos que rotan por mis redes, porque estoy atosigada de tantas imágenes rodando. Es curioso, porque me encuentro en ese sentir por las mismas personas y páginas que decidí seguir hace años y que me gustan y que me gustarán mañana, pero, las he ido dejando. Pareciera que han perdido algunos de los valores que les daba o lo novedosas que me parecían. En medio de eso, también pude apreciar las fotos de las personas que conozco y los cientos de desconocidos a los que les conozco la vida solo por seguirle los perfiles en las redes, que puede ser chisme, pero también me gusta ver los lugares y las cosas que otros frecuentan. También podría llamarse morbo, pero no estoy muy segura de que sea algo malsano y que si hay otra palabra para ese gusto que no sea malsano eso sería lo que siento, pero no me la sé.

Las fotos se esparcen por todos lados. Las mías, me recuerdan las personas que he querido y con las que seguro pasé bien para tener la foto y verla con nostalgia. Recuerdo algunos hechos que hicieron que se fueran. También pienso que ya no hay manera de retornar y de volver a hablar, porque ya no hay tema ni situaciones que nos unan. Pienso y comparo eso con la gente que toma fotos ¿Cuál sería el constante propósito de mantener un algo en una foto? ¿Sería la belleza, sería la historia, sería el sentimiento, sería cualquier cosa? Qué importa.

Hay un par de fotos que me han aparecido este mes. Los diciembres han sido siempre ese mes de familia y de amigos, que hay que guardar en una foto, o al menos en dos: la del 24 y la del 31. La familia, menos mal, siempre permanece ahí, ninguno ha faltado ni se ha ido al otro mundo. Los amigos, aquellos que adoré, con los que viajé, a los que les conté mis secretos, parece que temprano se han ido, algunos.  

Me parece que el significado que le tengo a esas fotos tiene varias interpretaciones, como esas que les ponían a mis textos. Una vez significaron mucho, las exhibí con cariño y con ganas de que esto pasara: volver a verlas con y sin la intención de recordar. Pero ahora, muchas ni siquiera me inspiran ningún sentimiento, la rabia, la tristeza, el tiempo, la distancia han hecho que olvide su origen. Leí el artículo de Nan Goldin del NYTimes, y me quedó una enorme admiración. Sus amigos eran su trabajo (si es que entendí bien) y quedaron en sus fotos para siempre, no solo como muestra de cariño, sino como toda una exposición artística de su época. Claro, las vi y de nuevo hay muchas formas de verla. ¿Habrá pensado ella que habían varios mundos detrás de las fotos de sus amigos?