jueves, 8 de enero de 2015

Volver

Cuando era pequeña, tenía la costumbre de hacerle cartas en las últimas hojas de los cuadernos a todos los niños que me gustaban. También hacía el TAPINO y otros juegos y así sabía cuál de ellos se iba a fijar en mi y cuál no. Al final, por supuesto, nunca salía como lo había previsto pero me había entretenido lo suficiente para que no me importara si era Andrés o era Germán con el que me iba a casar a los 23, o si era Cristian o David él que sería padre de mis dos hijos a los 28. Por su parte, las cartas quedaban ahí, hasta que llegaba la quema de cuadernos a final del año donde el fuego consumía las cursilerías a esos amores que nunca fueron, y me permitían seguir otro año sin la juetera que podría darme mi papá si descubría que acosaba niños en mis fantasías de colegio.

Hace muchos años no me hago propósitos para empezar un año, porque siento que no tengo el control de nada y que el azar a veces me ha dado cosas mejores de las que pensé tener, y también dolores grandes de los que creí nunca poder salir. Me gusta pensar que mi vida se relaciona con lo que escribo detrás de los cuadernos o en hojas que olvido, porque finalmente todo se pierde o se consume en un instante, en un día. Mucho de lo que alguna vez esperé tener, ahora se ha ido; y lo que me queda, no sé cuánto dure y no sé si pueda estar segura de que es mío.

Me gustaría que pudiera quemar y botar todo, no sólo cuadernos y cosas viejas, sino poder deshacerme de la que he sido y ser una nueva y mejor cada año. Quisiera no envejecer  y ver todo lo que pasa por mi y se va, o por lo menos olvidar más fácilmente y no sentir que algo me haya pertenecido nunca. 

Este año solo quisiera quemar algunas hojas de lo que ha pasado en mi vida y volver a encontrar lo que he perdido de mi.