jueves, 28 de noviembre de 2013

Historias de amor

Al escuchar el escándalo que hacía la ex esposa afuera de la casa, Carmen cerró los ojos, apretó la mano de Javier y descansaron. Estaban juntos, eso era lo que importaba.

Meses antes de esto, Javier vivía con su esposa y sus hijos en la casa del lado de Carmen. En el primer piso había decidido montar una especie de taberna, que de paso le servía para disfrutar de reuniones con los vecinos y amigos. Uno de esos vecinos fue el primero en avisarle que la esposa tenía un amante, con el que tiempo después resulto yéndose a vivir.

La tusa de Javier fue evidente para todos los vecinos. La taberna se volvió un lugar donde los amigos se emborrachaban sin pagar y poco a poco todo se fue perdiendo. Se había cansado de buscar que su esposa y sus hijos volvieran a vivir con él, y parecía decidido a dejarse morir de pena, o al menos, de ir acabándose de a pocos, tanto como los amigos, el trago y las deudas se lo permitieran.

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Carmen está bien entrada en años. Trabaja en una empresa como empacadora, y desde la muerte de su esposo  [hace no sé cuántos años] ha vivido en una eterna adolescencia que demuestra fácilmente con su manera de vestir y de hablar, combinado un poco con el gusto por el reguetón y su french poddle que parece querer más que a su hija o a su nieta.

Parece ser que mientras Javier perdía sus días emborrachándose, Carmen lo escuchaba y le aconsejaba. Varias veces planearon la mejor manera de reconquistar a la esposa fugada, pero tras tantos intentos fallidos, un buen día resultaron enamorándose.

Se veía al par de vecinos ocultarse de las miradas de todos, colarse por las noches en la casa del otro, saludarse de lejos con la mano “Adiós Señora Carmen” “Buenos días don Javier” cuando uno los veía. Pero ya todos habíamos sido testigos de que Javier se estaba arreglando, que había vuelto a surtir su taberna y que había recuperado el carro tras haberlo perdido tiempo atrás por las deudas.

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Cuando se ha vivido un poquito de amores y desamores se vuelve difícil volver a confiar, volver a arriesgarse. Entonces uno tiene miedo de sentir, de decir, de hacer y todo se vuelve incertidumbre porque sin quererlo hay tantos lugares comunes con el pasado, que todo parece nublarse a veces de la nada e inunda todo de temor y de ganas de salir corriendo. Uno ya no quiere sufrir más, uno ya no quiere volver a hacer daño, ni tener que caerse y levantarse, ni compartir, ni mucho menos construir sueños, porque ya se sabe que no solo duele lo que se vivió si no lo que uno creyó que podía vivirse.

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Al mes Carmen se aventuró a pedirle a Javier que viviera con ella luego de tantos años de vivir sola, luego de tantos meses en que él había vivido en la casa de la que su mujer y sus hijos se habían marchado. Se propusieron intentar ser felices, aprovechar que ambos habían encontrado la tranquilidad y el amor en el otro y dejar de sentir temor por las miradas y los comentarios de los vecinos, de sus propias familias y amigos; porque por supuesto “estaban siendo irresponsables e inmaduros por irse a vivir así de la nada, como si tuvieran quince años”. Así han pasado casi un año, viviendo de la inmadurez.

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Carmen nos contaba que algún vecino le dijo a la ex esposa que ellos vivían juntos, y que si bien él quería rehacer su vida con alguien más, debía cumplir como esposo y ceder la mitad de sus bienes y dejar que ella y sus hijos vivieran en la casa que habían comprado. Así que una noche llegó borracha a golpear la casa de Carmen y a gritarle que le devolviera su marido, que todo lo que él tenía era de ella y de sus hijos y que nada les iba a resultar fácil. Los dos se miraron en medio de la oscuridad de la noche, cerraron los ojos y esperaron a que amaneciera. Al día siguiente Javier le entregó a la ex esposa las llaves de la casa y del carro.

Cuando pienso en la imagen de Carmen cerrando los ojos me conmuevo. No imagino lo difícil que fue confiar en que lo que pasaba era real, en que Javier estaba ahí y que lo que lo atormentaba se había alejado lo suficiente para no retroceder. Cerrar los ojos en ese instante era confiar en él, era confiar en ella, era demostrar que había tranquilidad y el amor suficiente para enfrentar las cosas juntos, para decidir que era importante lo que sentían y que lucharían a pesar de estar viejos, de perder lo que en el pasado habían construido, de reiniciar con el miedo que esto da a cualquiera que alguna vez sintió que nunca más podría volver a levantarse.