jueves, 24 de marzo de 2016

Muelas del juicio

Me siento bajo la influencia de la pereza que da en semana santa, de tal forma que hasta me animé a tocar este blog que hace años no toco, solo para divertirme sobre lo que fueron las cordales, las dos que me saqué ayer.

Todo comenzó unos meses atrás cuando me dio por empezar un tratamiento de ortodoncia. Lo hice porque llevaba años postergándolo y sentí que ya se me estaba haciendo demasiado tarde para empezarlo. Cuando me tomaron las radiografías lo primero que notaron es que las cordales nunca me iban a salir. Sin embargo, tenía dos, las de abajo, en forma horizontal, que perjudicaban la ortodoncia y un poco de cosas más que solo significaron dolor.

Por supuesto, la ortodoncista, de la cuál no recuerdo el nombre, pero que la distingo por su voz chillona de la misma manera en que ella me distingue como "la de la muela loca" (endemoniada, diría yo), me presionó bastante durante dos meses para que me extrajera la cordal que no dejaba trabajar. Accedí a hacerme valorar por la otra señora. El caso es que acordamos la cirugía por las dos cordales inferiores.

Pasaron los días, unos hermosos días llenos de toda la comida que me gusta, hasta que por fin llegó el 23 de marzo a las 8 am. Estaba lloviendo. Es de mencionar eso, porque todas las cosas tristes y nostálgicas empiezan bajo la lluvia. Llegué temprano y me mojé esperando afuera del consultorio. Abrieron a eso de las 8:10 y luego llegó mi mamá. La doctora se tardó 45 minutos, tiempo en el que le mostré a mi mamá todas las fotos del celular y hablamos de tontadas para no sentir el sonido de Día a día en televisor de la sala de espera.

La doctora llegó y de nuevo no la reconocí, como a la ortodoncista, como a ninguna otra doctora. Espero gratamente tener un filtro en la cabeza que no me permita recordar caras de gente que me tortura por mi bien. La doctora tenía una asistente bastante entrada en edad, morena, arrugada y con gafas redondas. Me asustaba un poco lo esquelética que se veía, pero igual me tenía peor el miedo de la anestesia. Vagamente recuerdo cuantos tubos de anestesia me puso en la muela izquierda, solo recuerdo el primer pinchazo y de ahí ya no sentí más. La doctora nos regañaba, a la asistente y a mi, porque según ella no colaborábamos lo suficiente. Era verdad, la asistente era despistada y se le olvidaba que me atragantaba con las babas y la sangre, mientras que por mi parte, me escurría por toda la silla para evadir la mano de los implementos raros con los que le sacan a uno esas muelas.

Mientras ella con la fresa intentaba separar la muela de la otra muela, de repente pensé en "la muela del juicio". Pensé que tal vez le habían puesto ese nombre porque eran tan dolorosas, que le cobraban a uno el desjuicio de su adolescencia o juventud. El caso es que como medio sentía dolor, pensé  que si era cierto eso a lo mejor no me había portado tan mal como creía. Unos minutos más tarde, la doc del gorro de Pucca empezó a extraer pedazos de la muela, y estuvo lista.

La quise ver, sobre la mesa plateada que tienen todos los consultorios. La vi y sentí temor de que eso estuviera en mi boca, tenía 3 patas gordas y gigantes, así como una corona inmensa, blanca marfil. La había destrozado para poder sacarla, porque según ella estaba muy cerca del hueso. La imagen mental que tengo de esas palabras aún me asusta mucho, creo que sobredimensiono lo que significa eso, pero igual nunca voy a saber cómo era eso realmente.

Cuando llegó el momento de la segunda, la doctora me advirtió que iba a ser dolorosa. Que estaba medio asomada y que venía horizontal, pero difícil porque estaba muy cerca del molar. Bueh, pensé yo, otra que destrozan y me voy a mi casa. Tan pronto puso la anestesia sentí dolor, cada uno de los chuzones me dolieron. Fueron 8. Los conté bien, porque ahí pensé que iba a escribir de esto, solo para leerlo después y acordarme, o reírme, o martirizar niños que no se lavan los dientes ni hacen caso. Los sentí cada uno, me asustaba que apenas me tocara la anestesia no me hubiera hecho nada. Y así fue, tan pronto me cortó con el bisturí lo sentí todo, grité. A ella obvio no le importaron esos gritos porque está acostumbrada, pero la asistente si estaba temblando. Me asusté de pensar que mi mamá pudiera subir a ver qué me había pasado, entonces me hice la que me calmaba, para evitar el bochorno.

La fresa entraba y rozaba todo. La sentía aunque no dolía. Sentía el sabor de la sangre que caía en la lengua y varias veces me atraganté con el deseo de escupir. De un momento a otro, el dolor se hizo demasiado fuerte en la muela, toda la mandíbula empezó a destemplarse y mis lágrimas salían del dolor. Aguanté hasta donde pude, pero le dije a la doctora Pucca que me dolía demasiado. Ella paró, se limpió la sangre del visor que había salpicado y me dijo que debía hacer un esfuerzo, porque tenía que perforar la muela para ponerme anestesia en el nervio. Asentí, lo hizo, grité, lloré, lloré desconsolada cuando puso las dos agujas de anestesia. Lloré, como si tuviera 5 años. Lloré sin secarme las lágrimas y volví a abrir la boca para que por fin termináramos.

Debieron pasar unos 15 minutos después de eso. Arrancó la muela que me cobró cada desjuicio de mi vida. Además de que era enorme, se había pegado tanto al molar que estaba tanto por debajo como por encima de él. Daba miedo cuando la doctora Pucca contaba eso. Me limpió, me cosió. Nos vimos a los ojos, ella con un poco de fastidio, yo con una tristeza de agradecimiento y dolor. Mandé llamar a mi mamá, la asistente seguía mirándome, sin saber qué hacer. Era bastante lenta, a mi parecer. Mi mamá llegó con paletas de agua que odio, me la devoré bajo la sensación de no sentir nada, de sentir dormida la cara.

Lo que ha pasado desde entonces es puro cuidado de mamá, que menos mal que están listas para cualquier cosa que le pase a uno. Menos mal, porque a mi sí me habría dado asco verle a una pelada escupir coágulos de sangre, o babear porque no se le da la gana de cerrar la boca.

En fin, gracias por leer. Fue un lindo ejercicio para mí, me divertí imaginando que alguien leía. Seguiré pensando cosas acerca de las muelas del juicio. Ya leí por ejemplo, que antes se creía que salían a la edad en que uno tiene juicio, o madurez. Con razón, digo, jamás me iban a salir por las buenas.