Estaba Tomás hablando con mi mamá de sus fantasías, como
suele hacerlo cuando ella le pregunta cómo es su vida en la casa. Nunca había
llamado mi atención, porque tiene una voz chillona y normalmente trae a sus
relatos monstruos y brujas que los acosan en las noches y algunos disparates
propios de los niños de su edad.
Tomás estaba contándole cómo su abuela se había peleado con una
bruja, mientras yo me sentaba a tomar mi café de la mañana. Mi mamá le decía
que él no podía ver las brujas, porque no existen. El niño se reía y decía que
sí, que estaban en el patio de su casa, que le había hecho daño a la abuela y
luego a él. Mi mamá con risa le preguntaba que cómo eran, que cómo hablaban,
que qué idioma hablaban… Pero entonces, Tomás le dijo:
– La bruja que estaba ahí era de mentiras pero real,
porque mi abuela decía que la escuchaba, pero que nadie podía verla porque las
brujas son como los espíritus de las personas que se han portado mal.
Lo escuchaba atentamente, más por curiosidad de saber
hasta dónde iba a llevar la mentira, cuando de repente dijo:
–Y mi abuelita sabe que hay muchas personas que se portan
mal. Entonces la bruja se me acercó y me cortó el pelo y ¡empezó a salir
sangre!!
Mi mamá no podía de la risa con tal historia. Le dijo a
Tomás que a nadie le sangraba el pelo, pero el niño insistía. Finalmente, el
niño se aburrió de la risa de mi mamá y se fue a jugar con los demás niños.
Me quedé pensando en lo que sangra. Recordé las muchas
veces que de niña me quejaba de dolores inexistentes. Que me dolía la uña, que
me dolía la media, que me dolía la marquilla de la camisa, que me dolía dormir…
Para ese entonces, a mi mamá también le daba risa pensar en esas cosas que decía.
A mí también me ha sangrado el pelo, pensé. Me ha
sangrado en otros dedos. Me ha sangrado de la cabeza cuando desesperadamente
quise quitarme un recuerdo, me ha sangrado a chorros cuando con tristeza lo he
amarrado para dar la espalda, cuando lo he dejado suelto para que no se vean
las orejas que también me sangran. Me han sangrado hasta los pelos de los brazos, cuando he
tenido que alejarme de un abrazo, cuando he tenido que encontrarme sola. Me han
sangrado las pestañas de restregarme los ojos, de apretar los párpados lo más
que pueda para no dejar ir las lágrimas tras un sentimiento. Me han sangrado
los pelos de la nariz, las cejas, el pubis, las piernas. Me ha sangrado todo.
Pensé entonces que a lo mejor Tomás sí tiene razón y sí
hay un espíritu que hace sangrar. En todo caso no sería una bruja, ni lo haría
porque nos portamos mal. Se sangra cuando se vive, cuando se rompe. Hay unos
que nos rompemos con facilidad.