viernes, 6 de septiembre de 2013

Derrumbes

Desde que el ex cayente y yo decidimos acabar con nuestra falsa amistad todo empeoró en el trabajo. La decisión fue tomada debido a los múltiples videos que él se armaba de la nada y curiosamente, sin shows y sin mayor problema, estuvo de acuerdo.  

El ex cayente también había tomado la decisión (con la que yo no contaba) de hacerse el “mejor amigo” de mi jefe coordinador, mi antagonista, el diablo; el mismo que ha causado toda esta desidia y depresión.  Ahora el jefe coordinador conoce de sobra cuantas veces lo putié, cuanto lloré cuando traicionó la confianza y todo ese despelote que unos meses atrás había escuchado el ex cayente de mi boca mientras lloraba y moría de tristeza. 

El jefe coordinador ha intensificado sus comentarios en mi contra cuando no estoy presente, y está más que enterado de cuáles son mis debilidades, y de todo comentario que puedo hacer dentro del colegio. Seguramente a estas alturas sabe más de mí que cualquiera.

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El salón donde nos encontramos el grado décimo está en último piso del edificio. Al lado queda un baño, y los laboratorios de física, de electricidad y la sala de sistemas. No hay otro curso que nos quede cerca, así que ocasionalmente las visitas de salón se hacen en las escaleras que comunican el tercer con el cuarto piso.

Es el salón más grande. El único que tiene 2 piezas grandes de tablero, ventanales grandes y espacio de sobra para pasearse libremente en él. Somos alrededor de 22 personas dentro; 11 niñas y niños.  Los chicos viven en un matriarcado donde las niñas dirigen las actividades, el orden y el estado del salón. Cuadran autónomamente el aseo de todos los días, el manejo de reciclaje del colegio, y el uso  y disposición de los pupitres, manejo de llaves, etc.

Se ha escuchado en los pasillos decir que somos el undécimo del colegio. Que entre todos nos queremos y ayudamos; que el salón puede manejarse sin la necesidad de que la profesora esté pendiente de que cada cosa se esté cumpliendo y sin la necesidad de regañarlos, pues son ellos quienes proponen actividades que involucran a los demás cursos y se autorregulan cuando consideran que el comportamiento no es el adecuado. Nos queremos, nos tratamos con cariño, evitamos los problemas y procuramos ayudarnos unos a otros cuando lo necesitamos.

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Desde hace un tiempo se dañó la puerta del salón porque al parecer algún chico imprudente la pateó y entonces tiene un hueco en la parte de abajo y no se puede cerrar bien, toca forzarla. El escritorio del profesor tiene un soporte dañado, entonces tambalea un poco al poner cosas encima, y la silla tiene un pedazo de madera descascarándose en el espaldar.

Esta semana el techo empezó a caerse. Al parecer las batallas que libramos espiritualmente trascienden al plano físico. Entonces, de la nada el techo se desmoronó en una clase, casi pegándole a los pelaos, pero sin ningún accidente trascendental. Todo pasó justo cuando yo estaba en exámenes médicos.



Otros, por su parte creen que en el 5 piso hay una especie de charco que ha permeado la plancha del techo y que ha sido construido mal. Ni siquiera el obrero ha logrado establecer el porqué del daño, y mientras esperamos que cumplan la promesa de evacuarnos a otro lugar  ­así como esperé que el jefe coordinador se retractara unos meses atrás de las mentiras que había dichohan pasado los días y seguimos en él, cuando empieza a caerse de a pedazos otra parte del techo del lado de las ventanas.

Tenemos unas líneas imaginarias que tracé con ellos para evitar que el techo nos caiga encima. Así, que el amplio salón se está reduciendo casi a la mitad en tanto todos nos acomodamos a diario y esperamos que nada malo nos pase, que no resultemos descalabrados, o que alguien venga  y nos arregle eso o nos cambie de lugar. Lo mismo que  he esperado por meses.

Se escucha por los pasillos que los profesores me han aburrido y que me quiero ir. Que los chicos de mi curso están buscando otro colegio para estudiar el próximo año. Que aun sin contarles lo que pasa entre mis compañeros y yo, ellos asumen que algo ha estado pasando conmigo.

Entonces día tras día nos juntamos más en la mitad del salón que queda, esperando que no nos ocurra un accidente, y comemos dulces y hacemos chistes para mitigar. 

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