Desde que el ex cayente y yo decidimos acabar con nuestra
falsa amistad todo empeoró en el trabajo. La decisión fue tomada debido a los múltiples
videos que él se armaba de la nada y curiosamente, sin shows y sin mayor
problema, estuvo de acuerdo.
El ex cayente también había tomado la decisión (con la
que yo no contaba) de hacerse el “mejor amigo” de mi jefe coordinador, mi
antagonista, el diablo; el mismo que ha causado toda esta desidia y depresión. Ahora el jefe coordinador conoce de sobra
cuantas veces lo putié, cuanto lloré cuando traicionó la confianza y todo ese
despelote que unos meses atrás había escuchado el ex cayente de mi boca
mientras lloraba y moría de tristeza.
El jefe coordinador ha intensificado sus comentarios en
mi contra cuando no estoy presente, y está más que enterado de cuáles son mis
debilidades, y de todo comentario que puedo hacer dentro del colegio.
Seguramente a estas alturas sabe más de mí que cualquiera.
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El salón donde nos encontramos el grado décimo está en
último piso del edificio. Al lado queda un baño, y los laboratorios de física,
de electricidad y la sala de sistemas. No hay otro curso que nos quede cerca,
así que ocasionalmente las visitas de salón se hacen en las escaleras que
comunican el tercer con el cuarto piso.
Es el salón más grande. El único que tiene 2 piezas
grandes de tablero, ventanales grandes y espacio de sobra para pasearse libremente
en él. Somos alrededor de 22 personas dentro; 11 niñas y niños. Los chicos viven en un matriarcado donde las
niñas dirigen las actividades, el orden y el estado del salón. Cuadran autónomamente
el aseo de todos los días, el manejo de reciclaje del colegio, y el uso y disposición de los pupitres, manejo de
llaves, etc.
Se ha escuchado en los pasillos decir que somos el
undécimo del colegio. Que entre todos nos queremos y ayudamos; que el salón
puede manejarse sin la necesidad de que la profesora esté pendiente de que cada
cosa se esté cumpliendo y sin la necesidad de regañarlos, pues son ellos
quienes proponen actividades que involucran a los demás cursos y se
autorregulan cuando consideran que el comportamiento no es el adecuado. Nos
queremos, nos tratamos con cariño, evitamos los problemas y procuramos
ayudarnos unos a otros cuando lo necesitamos.
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Desde hace un tiempo se dañó la puerta del salón porque
al parecer algún chico imprudente la pateó y entonces tiene un hueco en la
parte de abajo y no se puede cerrar bien, toca forzarla. El escritorio del
profesor tiene un soporte dañado, entonces tambalea un poco al poner cosas
encima, y la silla tiene un pedazo de madera descascarándose en el espaldar.
Esta semana el techo empezó a caerse. Al parecer las
batallas que libramos espiritualmente trascienden al plano físico. Entonces, de
la nada el techo se desmoronó en una clase, casi pegándole a los pelaos, pero
sin ningún accidente trascendental. Todo pasó justo cuando yo estaba en
exámenes médicos.
Otros, por su parte creen que en el 5 piso hay una
especie de charco que ha permeado la plancha del techo y que ha sido construido
mal. Ni siquiera el obrero ha logrado establecer el porqué del daño, y mientras
esperamos que cumplan la promesa de evacuarnos a otro lugar —así como esperé que el jefe
coordinador se retractara unos meses atrás de las mentiras que había dicho—han
pasado los días y seguimos en él, cuando empieza a caerse de a pedazos otra
parte del techo del lado de las ventanas.
Tenemos unas líneas imaginarias que tracé con ellos para
evitar que el techo nos caiga encima. Así, que el amplio salón se está reduciendo
casi a la mitad en tanto todos nos acomodamos a diario y esperamos que nada
malo nos pase, que no resultemos descalabrados, o que alguien venga y nos arregle eso o nos cambie de lugar. Lo
mismo que he esperado por meses.
Se escucha por los pasillos que los profesores me han
aburrido y que me quiero ir. Que los chicos de mi curso están buscando otro
colegio para estudiar el próximo año. Que aun sin contarles lo que pasa entre
mis compañeros y yo, ellos asumen que algo ha estado pasando conmigo.
Entonces día tras día nos juntamos más en la mitad del
salón que queda, esperando que no nos ocurra un accidente, y comemos dulces y
hacemos chistes para mitigar.
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