Hace muchos días no tengo miedo, uno real. Veía a mi papá, una deidad del miedo de mi niñez, sentado junto a mí, con sus manos manchadas por la edad, con menos pelo y una voz diferente y, de repente, recordaba el miedo que sentía cuando llegaba en las noches a la casa, el escalofrío que sentía con su presencia, con el sonido de sus pasos; su timbre de voz que me hacía temblar y sus miradas que lograban indisponer mi cabeza, haciéndome frágil. Me recordé huyendo de su encuentro.
Estaba ahí de frente junto a mí y parecía que esos recuerdos no eran reales. De alguna manera en la mente aquello que pasa por la vida se distorsiona, a tal punto que a veces dudo de algunos recuerdos y tengo que preguntar o cerciorarme con otros acontecimientos. Lo miraba y escuchaba contar todo lo que ha estado haciendo los últimos días mientras sentía que ya no le temo, ni a su voz, ni a sus reacciones. Pensaba que de alguna manera quise durante años alejarme de su recuerdo, huir a los parecidos que tenemos, odiar sus comportamientos y que ahí estaba al frente mío, tan indefenso y tan fugaz como cualquier otro.
Le conté los planes que tengo y poco a poco intentó destruirlos, como había hecho tantas veces antes. A medida que escuchaba sus palabras quería salir corriendo, quería encontrar unos brazos cómodos que me dijeran que todo era mentira y que pronto estaría bien, pero cuando más miedo tuve y estaba cerca de darle la razón, me vi en el reflejo de la ventana de donde estábamos. En él vi mi cara destrozándose y no fue extraña, ni me sentí mal por eso. De inmediato vinieron los recuerdos de la enfermedad que superé, de los trabajos que he tenido y lo que he logrado en ellos, de los ojos que me miran con credibilidad, de la confianza que han puesto en mí, de la fuerza con la que pude lograr lo que muchos dudaron y la firmeza de que puedo hacer aún más. Me di la vuelta y le vi a los ojos diciéndole que con él o sola iba a hacer lo que tenía planeado.
Siento un nuevo miedo, uno que me llena de inquietud y de cierto vigor en que voy a hacer de nuevo lo que quiero y que saldrá bien. Que vendrá, como siempre, acompañado de un montón de retos que me van a sacar lágrimas, pero que lograré. Él lo vió, no supo qué era, ni qué pasaba por mi mente. Al final me dio un "porcentaje" de su apoyo, que aunque no lo necesito, lo siento como una victoria.
El miedo es un ladrón de felicidad, uno que agota y devora calladamente las intenciones que hay en la cabeza y en el corazón. Me lo dije varias veces mientras escribía una parte del plan, para así no olvidar que esto que siento no es miedo, sino que tal vez se parezca más a la vitalidad.
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