martes, 31 de diciembre de 2019

Balances


No me gusta participar en sorteos o rifas. No quería empezar este post con esa frase, pero tampoco quise comenzar este año con lo que al azar me tocó.

Odio los sorteos porque siento que para ganar debo convencer a alguien de que soy la que más replies pudo conseguir, la que tuvo la idea más brillante, la que puso la foto que ganó más likes o la que contó con toda la suerte del universo para dar con un número. Me cansa pensar en dar una pelea difícil que, a veces, ni siquiera es con un oponente.

Voy para el tercer año en el que llego a un enero que se siente como rifa de oficina de la que no se puede escapar, a la que toca inscribirse y sonreír para que se note menos que hay una pelea de sentimientos. Por un lado, tengo todo el fastidio al saber que tengo que participar en algo que su resultado no depende de mi; y por el otro, toda la esperanza de que si gano esta vez pueda confiar en que puedo ganar mil veces más. Una vez me gané un conejo en una rifa, al que le puse Buggs porque amo Space Jam, y desde ahí no me he ganado nada más. O no me acuerdo.

En medio de la ruleta que empezó este 2019, fui la bola que saltó de rojo a negro para terminar en la casilla que no aposté. Empecé un trabajo de mierda, después trabajé en algo que me gustaba mucho y no pagaban a tiempo, y termino el año sin trabajo. Empecé queriendo salir de mi casa, me mudé y traje los gatos, para ahora no saber cómo voy a seguir manteniendo mi Hobbit House. Aprendí a vivir con carro y a seguir la vida en bus. Aprendí a no rendirme siendo aplastada por las hojas de los libros y de mis libros. Encontré que amo hacer yoga y pilates, que nadar siempre me salva la vida, y terminé sin hacer ninguno de los tres.

Pero también aposté por un viaje a Europa que siempre quise hacer, me fui sin un peso y fui feliz. Reencontré amistades que nunca pude terminar de construir, reencontré el valor de la familia, y me vi capaz de ir a cualquier lado sola, de lograr todo lo que quiera sola. Treinta años me tomó entender que puedo ir a donde quiera y tener todo lo que quiera sin que nadie me lleve de la mano, sin que nadie me diga hacía dónde debo ir. Creo que esto sí me lo gané a pulso.

Gané amigos y amigas maravillosas. Intenté construir y dar amor a cada persona que vino a mi vida para escucharme, aconsejarme y confiar en mi. Le aposté a entregar lo bueno de mi y a volcar mi cariño sobre la gente que me quiere. No creo que nos mereciéramos menos.

Empecé el año luchando por ganarle a la tusa. Estuve tragadísima de un buen sujeto que se desvaneció entre comentarios horribles. Conocí gente chévere y pendeja con la que me reí, lloré, viajé y a quiénes les abrí mi corazón muchas veces. Es un logro saber que aún puedo hacerlo después de cojear por tres años, que puedo conservar buenos recuerdos y, aunque despido entre lágrimas, dejar que se vayan para que estén donde quieren estar. Le gané a la tusa.

Quisiera creer que la ruleta vuelve a jugar mañana, pero no. No se detiene la maldita. Aquí estoy como la bolita saltando de casilla en casilla, apostando bien y mal, perdiendo y ganando. Hay espectadores, hay apuestas y algo que me lleva dando tumbos, que no soy yo, que tampoco es el destino, que no puede decirse que sea suerte.




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