domingo, 23 de septiembre de 2012

Deserciones



En una de las últimas reuniones estuvimos hablando de los casos de los chicos “especiales” del colegio. Preguntaron por Michael Rojas, el grandulón de sexto que no volvió desde julio y por Jean Paul de noveno.

Michael había perdido dos veces sexto y le habían puesto una matrícula especial para este año. Lo recuerdo de entre tantos chicos porque hace unos meses, luego de unas pocas clases que vio conmigo, se acercó un día diciéndome que le caía mejor que la otra profesora de inglés porque era más flaca y más joven. Me cayó en gracia que me lo dijera así y que posteriormente lo escuchara en los pasillos quejándose de que era mala profesora por no recibirle las tareas fuera del tiempo establecido, a pesar de haber sido “bueno” conmigo.  Sin embargo, cuando dejó de asistir el salón se sentía diferente. Al parecer los chicos indisciplinados y groseros se hacen extrañar más que los juiciosos cuando no están. Al principio sus compañeros se mostraban alegres de que no hubiera vuelto y hacían chistes sobre lo que estaría haciendo, pero ninguno sabía a ciencia cierta porque un día decidió no regresar.

Por su parte Jean Paul es un chico bastante tímido. El mejor estudiante de noveno, con sueños de ser ingeniero de aeronáutica, de mecánica o de electrónica. Es mayor que los demás del salón, alto, moreno y delgado. Tiene pegado aún el acento de la costa, posiblemente de Barranquilla, por lo que los demás decidieron apodarlo como “el costeño”.

A Jean Paul lo veía todos los días porque era su directora de curso, lo molestaba por las llegadas tarde y ciertas inasistencias que se venían haciendo frecuentes desde antes de las vacaciones de mitad de año. Hace 3 semanas dimos aviso a los estudiantes que iban perdiendo materias durante el tercer periodo, y cuando le dije a él que iba perdiendo casi todo por sus inasistencias y llegadas tarde se achantó y salió del salón taciturno, sin palabra para nadie; de hecho porque nunca llegó a estrechar lazos con alguno de sus compañeros. Todos lo miraban con prevención porque Jean Paul usualmente llevaba el uniforme sucio, porque duró dos meses sin la camisa del uniforme porque no tenía para comprarla y porque tiene cicatrices en la cara que se había hecho luego de una caída sobre unas botellas cuando era niño. Por mi parte lo molestaba diciendo que era “mi mano derecha” del salón y que mi corazón se entristecía cada día que dejaba de asistir. En medio de todo era verdad.


Al día siguiente del informe de las materias que podría perder lo busqué y le pregunté qué pasaba, que tal vez yo podría hablar con los profesores para que le recibieran trabajos, pero que me dijera que le pasaba. Me mostró sus manos, llenas de heridas de astillas de madera, un poco sucias, como su uniforme. Me dijo que había estado trabajando en una carpintería para ayudar en su casa, porque su hermana está enferma, no tiene papá y su mamá gana muy poco en el trabajo. Esa fue la última vez que fue al colegio.

Hace un par de días me encontré con Michael, está  trabajando como ayudante del bus que conduce su papá. Me invitó el pasaje y me dijo que se sentía más cómodo trabajando con su papá que en ese colegio donde no le enseñaban nada que le sirviera para la vida, donde sólo perdía el tiempo. 
Todo el trayecto pensé en Jean Paul, en cómo me gustaría encontrarlo y decirle que volviera, que ahí está su puesto, la lista de asistencia y yo, esperando por él.

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